Jesús, el Cristo Ecuménico, el Divino Estadista, nos enseña a rectificar lo que está equivocado sin juzgar. Y esa debe ser nuestra postura ante el tema y las consecuencias del aborto inducido o provocado.
Hace más de dos mil años, con tanta sabiduría, Él nos dijo: "Aquel que estuviere sin pecado que tire la primera piedra" (Evangelio, según San Juan, 8:7). ¿Y quién de nosotros puede hacerlo? Ninguno de nosotros, ni en aquel tiempo, ni ahora.
La Religión de Dios, del Cristo y del Espíritu Santo1 tiene el objetivo de esclarecer, dar las soluciones que el Divino Maestro nos ofrece para las situaciones cotidianas, dado que no tenemos solo obligaciones con el cuidado del organismo físico, sino principalmente con el organismo espiritual.
A continuación, vea algunas de las explicaciones sobre las consecuencias del aborto inducido en una entrevista con la ministra predicadora de la Religión del Tercer Milenio Paula Suelí.
¿En qué se diferencia el aborto espontáneo del aborto inducido?
Al tratar un tema tan serio, la primera cuestión a considerarse es que espiritualmente el aborto espontáneo es de naturaleza diferente al aborto inducido. Realmente, la primera situación sucede sin que la familia lo haya deseado, significando un proceso natural en la vida de aquel Espíritu que está por reencarnar (el niño); y también en la vida de la familia (los padres).
Esto sucede porque, de acuerdo con las Leyes Divinas, aquel Espíritu tiene un período muy breve que cumplir aquí en la Tierra: esa era su agenda espiritual2. Ese proceso de "separación", que es tan rápido, es muy doloroso para quien tiene que enfrentar esa aparente distancia (entre los que permanecen en el mundo material y los que retornan al Mundo Espiritual).
Pero no se trata, espiritualmente, de una pérdida: los padres que se disponen a este gesto tan generoso, de tener un hijo por tan poco tiempo bajo su responsabilidad en el mundo material, habían asumido en el mundo espiritual ese compromiso de recibirlo, para su protección, por un período tan corto.
Al tomar esa decisión (aún en la Patria Espiritual), conocían el drama que enfrentarían y, por encima de todo, deseaban contribuir con la trayectoria de aquel ser que les fuera confiado como hijo, demostrando así un acto de gran coraje, generosidad y amor.
Por esto, ante la Ley Divina, esa "separación" no representa un punto final en el vínculo espiritual que unió a esa familia. Por lo contrario, esos lazos permanecen vivos, ellos continúan siendo hijos y padres, prueba que el amparo celestial no abandona a nadie.
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Ya el aborto inducido es de índole distinta, es un gesto de violencia. Se trata de la eliminación de la vida biológica de un ser espiritual que había sido autorizado por Dios y por sus padres a reencarnar. Toda relación sexual que resulta en la fecundación del óvulo por el espermatozoide es una señal de la aceptación del compromiso de los padres con aquel Espíritu que desea nacer en la Tierra.
Aunque sus padres no tengan una relación estable o digan que no desean tener un hijo en ese momento, el hecho es que conscientemente se disponen a un gesto que puede resultar en un embarazo, lo que es considerado como su consentimiento, por su libre albedrío, para que aquel Espíritu pueda reencarnar bajo su responsabilidad.
Por esto, interrumpir intencionalmente este ciclo es generar, para nosotros mismos, terribles sufrimientos. Las consecuencias del aborto inducido afectan a todos los involucrados.
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¿Cuándo el Espíritu se une al cuerpo y empieza la vida del feto?
El Espíritu se une al cuerpo en el momento de la concepción (fecundación del óvulo por el espermatozoide). El cuerpo necesita atender las necesidades del Alma, del Espíritu reencarnado, para que desempeñe de la mejor manera posible la tarea que necesita desarrollar aquí en la Tierra.
Por esto es importante que aquella Alma sea conectada al cuerpo, uniéndose a su estructura material desde el primer momento, en que todavía es un conjunto de células (extraordinarias e irrepetibles, considerando la singularidad de cada persona, desde el momento de la formación del zigoto).
Entonces, el vínculo del Alma con el cuerpo se solidifica también en el momento de la concepción, ocasión en que los Espíritus involucrados que se convierten en madre, padre e hijo, constituyen una familia.
Muchos hijos de Dios son heridos en cada aborto inducido y las consecuencias son muy serias. El primero de ellos es el niño, que siente absolutamente todo lo que está sucediendo. Toda la violencia del proceso es percibida por aquel ser que está naciendo y que se confió a sus padres, con toda la seguridad de que sería amparado, acogido y respetado en su derecho de existir. La madre y el padre también son heridos y, muchas veces, no lo saben.
Desde el punto de vista espiritual, cuando un niño es abortado, él no deja de existir como Espíritu, sino que continúa su trayectoria como tal. En la mayoría de los casos, él no comprende los motivos de la violencia sufrida y se vuelve contra sus genitores y los persigue espiritualmente.
Entonces, aquel grupo de Espíritus (los padres y el hijo, que no nació) está en deuda. Y el remordimiento de la madre y del padre, sea reconocido o no públicamente, sumado al rencor y a la tristeza de aquel que fue abortado, formará un cuadro de obsesión y persecución espiritual, infelicidades tan grandes que solo siglos y siglos de "recomienzos" pueden reparar.
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Además, considerando que el Espíritu forma parte de la agenda espiritual de sus padres, empieza un gran "vacío" en el compromiso de esas personas, en la vida, en el corazón de esos involucrados. Se trata de una tristeza muy profunda, pues se instala en el Alma.
Debido a eso, es importante enseñar a nuestras familias que la sexualidad es algo serio; es natural, divina, maravillosa, pero es una responsabilidad muy seria. Una fecundación no es solo un efecto biológico, material; es un evento del Espíritu. No respetar ese proceso es causar profundos sufrimientos en sí mismo y en los otros.
Los derechos y los deberes espirituales
El Presidente Predicador de la Religión del Tercer Milenio, Paiva Netto, nos aclara que los sufrimientos que nacen de la práctica de un aborto inducido no son venganzas de Dios; se trata de las consecuencias directas de una actitud de violación de las Leyes Divinas, al no ser respetados los derechos de alguien a la vida y a la ciudadanía.
Esa constatación queda también más evidente en el subtítulo "Defensa legal del feto", contenido en su artículo Por la Vida:
“En el Artículo 2o del Capítulo 1o (De la personalidad y de la capacidad) del Título I (De las personas naturales) del Código Civil brasileño, de 2002, encontramos: ‘La personalidad civil de la persona comienza con el nacimiento con vida; pero la ley pone a salvo, desde la concepción, los derechos del nasciturus’. Además, una de las grandes banderas de la Legión de la Buena Voluntad (LBV) y de la Religión de Dios, del Cristo y del Espíritu Santo es luchar por el derecho constitucional del feto, garantizándole la prerrogativa legal de nacer y vivir”.
De esta comprensión, vemos también que el nasciturus es, por lo tanto, otro individuo; su vida no es la vida de su madre, no es la vida de su padre. Ningún nasciturus es el útero, ningún feto o bebé en gestación es una extensión del cuerpo de su madre; él sobrevive, es verdad, gracias a su generosidad, de la nutrición concedida por su cuerpo, del amor del Alma que lo abriga en su vientre, pero el niño en gestación es una persona distinta a su madre, su identidad precede al útero materno: ya existía en el mundo espiritual.
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1 — Religión de Dios, del Cristo y del Espíritu Santo: También denominada Religión del Tercer Milenio y Religión del Amor Universal. Se trata de la Religión Ecuménica de Brasil y del mundo.
2 — Agenda Espiritual: Enseña la Religión del Amor Universal que nadie nace en la Tierra sin un propósito de existencia. El Educador Celestial, Jesús, nos dio Su ejemplo: “Descendí del Cielo, no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que me envió” (Evangelio, según San Juan, 6:38). Por lo tanto, cada uno de nosotros, antes de reencarnar en la Tierra, asumimos en el mundo espiritual —nuestra patria de origen— un conjunto de compromisos, desafíos y situaciones, que componen nuestra Agenda Espiritual.