Evolución Espiritual: ¿cómo desarrollarla y aplicarla en su día a día?

João Carlos de Carvalho
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18/10/2021 | Lunes | 19:35 horas

Muchas filosofías y religiones enseñan sobre la evolución espiritual. Para la Religión de Dios, del Cristo y del Espíritu Santo, ella ocurre a partir de la concepción de que somos Espíritus (Almas, seres etéreos) y que estamos en la Tierra (en el plano material) (re)encarnados para perfeccionarnos espiritual y moralmente.

A medida que nos desarrollamos en esa jornada, nos liberamos de las obras de la carne (como la ira, los celos, la enemistad, la discordia) y producimos los frutos del Espíritu, conforme afirmó Pablo de Tarso, inspirado por Jesús, en la Carta a los Gálatas, 5:22, 23 y 25:

“Pero el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, serenidad, templanza. Contra tales cosas no hay ley. (...) Si vivimos por el Espíritu, vivamos también según el Espíritu”.

Por lo tanto, comprenda en este post que Jesús, hace más de 2000 años, con Sus Palabras y Acciones nos mostró el Camino Verdadero y Seguro para evolucionar espiritualmente.

Vea también el papel de la Reencarnación en este proceso y cómo esta funciona. Entenderemos esto y mucho más. Continúe leyendo.

La Evolución Espiritual, según la Biblia y el Evangelio de Jesús

Pedro Periotto

    

Innumerables narrativas del Santo Evangelio de Jesús nos señalan que personas de los más diversos pensamientos y filosofías buscaban en el Maestro Divino un objetivo común: respuestas para un propósito mayor de vida y de evolución espiritual.

Así sucedió con Zaqueo, jefe de los recaudadores de impuestos, quien, al recibir a Jesús en su casa, dio un nuevo sentido a su existencia, redimiéndose de sus errores y comprometiéndose a hacer el Bien al prójimo (Evangelio, según San Lucas, 19:1 al 10).

Lo mismo ocurrió con Nicodemo, príncipe entre los hebreos –que tenía gran autoridad político-religiosa en su época– y que, durante la madrugada, fue buscar a Jesús con ansia de conocimiento espiritual. Y recibió mucho más de lo que buscaba y podía comprender en aquel momento (Buena Nueva, según San Juan, 3:1 al 21).

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A la mujer samaritana, junto al pozo de Jacob, el Pedagogo Celestial reveló hechos extraordinarios que su Alma eterna anhelaba encontrar (Evangelio, según San Juan, 4:1 al 42).

Evolución Espiritual: algo a lo que todos aspiramos

Todos, conscientes o no, aspiramos el progreso, la evolución espiritual, pues, pasados 2000 años desde la primera venida visible de Jesús a la Tierra, continuamos nuestra jornada hacia Él para buscar las respuestas para una finalidad de la existencia que realmente valga la pena.

Lo contrario a esto son decepciones y frustraciones que tanto nos hacen sufrir.

A propósito, cabe aquí una observación antes de proseguir con la lectura. Cuando hablamos sobre eso, no queremos decir que, para lograr ser un Espíritu más evolucionado, es necesario que todos seamos iguales en la manera de pensar, o compartir la misma cultura, o profesar la misma religión. Lo que cuenta son nuestras Obras, el Bien que está en nuestro corazón y que se exterioriza.

Nuevamente inspirado en Jesús, advirtió el Apóstol de los Gentíos, en su Epístola a los Efesios (4:13): 

“hasta que todos lleguemos a estar unidos por la Fe y el conocimiento del Hijo de Dios; hasta que lleguemos a ser un Hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud del Cristo”.

Esta afirmación de San Pablo Apóstol comprende el camino a ser recorrido para nuestra evolución espiritual, porque la finalidad del ser humano, en la Tierra y en el Cielo de la Tierra, es progresar espiritualmente.

Tal vez usted se esté preguntando: “pero ¿cómo esto es posible? ¿Cómo puedo lograr mi evolución espiritual?”.

La respuesta la encontramos en el diálogo entre Jesús y Nicodemo, anteriormente citado. Porque el conocimiento que el Cristo brinda al príncipe de los hebreos, y a todos nosotros, es para el Espíritu, así como el aire es para el cuerpo.

Tela: Henry Ossawa Tanner (1859-1937)

   

El Divino Educador le habla a Nicodemo sobre la eternidad de la vida:

“De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (San Juan, 3:3).

Con esto, el Maestro de los maestros nos revela que, por intermedio de la Ley Universal de la Reencarnación, la Ley de Dios, logramos gradualmente nuestra evolución espiritual. “Pero ¡¿es suficiente reencarnar o simplemente conocer esta ley para evolucionar?!”.

La Reencarnación y la Evolución del Espíritu

La respuesta a esa inquietante pregunta la encontramos en el blog del Presidente Predicador de la Religión de Dios, del Cristo y del Espíritu Santo1, Paiva Netto, en su artículo Caridad y Meritocracia Divina:

“La Ley de la Reencarnación confirma el libre albedrío; el libre albedrío confirma la Ley de la Reencarnación. Uno justifica al otro. Sin embargo, si uno no conoce o no siente en su alma el Nuevo Mandamiento de Jesús, entonces las cosas más santas tienen un uso miserable”.

Y el autor prosigue en su artículo:

“No es suficiente solo saber que el mecanismo de las vidas múltiples es una realidad. Es esencial poseer la vivencia de la Orden Suprema del Cristo: ‘ámense como Yo los he amado. No hay mayor Amor que donar la propia vida por sus amigos’ (Evangelio, según San Juan 13:34 y 15:13)”.

Y concluye:

“Ya aseveré, en la apertura de mi libro ¡Volvemos! La Revolución Mundial de los Espíritus de Luz (1996), que el Mandamiento Nuevo, la Sublime Norma del Cristo, es más importante que el reconocimiento de la propia Ley universal de las Vidas Sucesivas, porque, antes que todo, hay que amar como el Cristo Ecuménico nos ama”.

Evolución Espiritual: del Conocimiento a la Práctica de las Buenas Obras

Esas palabras del Presidente Predicador de la Religión Divina nos dan una comprensión muy amplia y profunda de que el conocimiento espiritual solamente tiene valor si es vivido y practicado en favor del Bien al semejante. De lo contrario, no será más que un conocimiento adquirido. De un saber conquistado.

Vale también retomar al punto del emblemático diálogo entre el Cristo de Dios y Nicodemo.  El Sabio de los Milenios afirmó: “Lo que nace de la carne es carne; y lo que nace del Espíritu es espíritu” (San Juan, 3:6). En esas palabras de Jesús identificamos nuestro origen: somos Almas eternas en busca de la evolución espiritual.

Venimos de Dios, que es Espíritu —una de las extraordinarias revelaciones de Jesús a la mujer samaritana (San Juan, 4:24)— y para Él regresaremos, en el momento oportuno, conforme Su Planificación para nuestra vida. Ese es el ciclo de la existencia.

Divulgação

Tantas veces cuantas sean necesarias para nuestra evolución espiritual. Y lo que nos acompaña es el Bien que hacemos. Nada más acompaña a nuestro Espíritu cuando regresamos al Padre Celestial.

Somos Espíritus en la Tierra y en el Cielo de la Tierra

Hay que considerar que somos Espíritu no solo cuando dejamos el cuerpo de carne, que nos fue prestado por Dios para nuestra evolución espiritual, sino en todas las circunstancias en las que nos encontramos, en la Tierra y en el Cielo, donde viven los seres aún invisibles, la condición en la que nos encontraremos cuando volvamos a Dios. Somos seres espirituales, siempre.

Nuevamente recurro al escritor Paiva Netto, ahora en su artículo ¿Quién nació primero? El autor trae importantes reflexiones para ese debate y escribe:

“La Sabiduría Divina proclama que el ser humano no es un cuerpo que tiene un Espíritu, sino, sí, un Espíritu Eterno que tiene un cuerpo transitorio”.

Y prosigue: 

“El célebre padre jesuita, teólogo, filósofo y paleontólogo francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), en su lucha sin cuartel por el diálogo entre el pensamiento científico material y las fuerzas sagradas de la Creación, habría proferido esta preciosidad: ‘No somos seres humanos teniendo una experiencia espiritual, sino seres espirituales teniendo una experiencia humana’”.

He aquí el valor de la Oración en nuestro día a día, pues todas las veces que oramos, rezamos, meditamos –o como prefiera usted llamar a ese gesto de contacto con Dios, con una Conciencia Mayor Cósmica–, nos conectamos a nuestra parte eterna, invisible que anima el cuerpo y también accionamos un poder superior que nos guía y nos conduce a la felicidad plena.

Finalizo con esas palabras del Presidente Predicador de la Religión del Tercer Milenio, en su artículo El júbilo de la Vida:

El júbilo de la vida es aquel que le damos. Por consiguiente, si ella fuera altamente desafiante, no querrá decir que no se vuelva rica en realizaciones y felicidad. Tiene que ser vivida en magnitud. Pues hay siempre ocasión de vivir el bien.

Y cuando sentimos a Dios, que es Amor elevado a la enésima potencia, la vida alcanza el ritmo y la extensión de la Eternidad”.

 “¿¡Y los problemas!?”, alguien puede cuestionar. Vamos a trabajar para superarlos, con el amparo y la fortaleza que vienen de Dios.

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