¿Qué es la autoexigencia?
¿Ya pensó cuántas veces nos exigimos por cosas que no están necesariamente bajo nuestra responsabilidad o por cuestiones que no dependen directamente de nuestras acciones, pero que nos atormentan el Alma y perjudican nuestras vidas?
Son normas sociales, expectativas que muchas veces no fueron creadas por nosotros, pero nos centramos en realizar y reforzamos un exceso de autoexigencia, que nos sobrecarga de ansiedades innecesarias y nos llevan al sufrimiento.
Jesús, en Su Misericordia infinita nos advirtió sobre esto, al decir en Su Santo Evangelio, según San Mateo, 6:34:
“No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá sus propias preocupaciones. ¡Ya bastante tiene cada día con su propio mal!”.
Estamos rodeados de falsos ejemplos de cómo tener éxito, que se enfocan solo en objetivos económicos y comerciales y no tienen en cuenta los valores de nuestro Espíritu. Estos nos desvían de nuestra tranquilidad de Alma y de nuestro discernimiento en cuanto a las elecciones que hacemos.
Son presiones que nos hablan de cómo debe ser nuestro cuerpo, cómo debemos vestirnos, comportarnos, empeñarnos profesionalmente, en el ámbito educativo, doméstico, en las relaciones, y tantos otros que somos “obligados” a conquistar, sin considerar nuestras singularidades y capacidades en Dios.
Y, por todo esto, moldear nuestras vidas con la parcialidad de esas autoexigencias externas es profundamente perjudicial para nuestro desarrollo como Almas inmortales, Espíritus Eternos que somos.
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En la Sagrada Biblia encontramos un relato con el cual podemos identificarnos. Se trata de un famoso pasaje, en el que Jesús observa el comportamiento de Marta y María (Santo Evangelio del Cristo, según San Lucas, 10:38 al 42) y del que podemos sacar una profunda lección:
38 Mientras Jesús y Sus discípulos iban de camino, el Cristo entró en una aldea, y una mujer llamada Marta Lo hospedó en su casa.
39 Marta tenía una hermana que se llamaba María, la cual se sentó a los pies de Jesús para escuchar Sus palabras.
40 Pero Marta, que estaba ocupada con muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje trabajar sola? ¡Dile que me ayude!”.
41 Jesús le respondió: “Marta, Marta, estás preocupada y aturdida con muchas cosas.
42 Pero una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la quitará”.
Vemos en esa enseñanza que Jesús no está desvalorando la importancia de la higiene en el hogar y de la manutención de los cuidados domésticos, pero nos advierte para las prioridades que decidimos elegir en nuestras vidas y que la autoexigencia solamente en cuanto a las cuestiones materiales nos lleva a actuar con inquietud y preocupación excesivas.
Lo que nos distrae de percibir la “mejor parte”, las oportunidades que el Cristo pone en nuestro camino para que podamos estar con Él por medio del amor y de la convivencia fraterna con nuestros semejantes.
Marta estaba distraída. Como nosotros muchas veces también lo estamos, cuando permitimos que tantas presiones sociales nos sobrecarguen y nos alejen de lo que es realmente esencial: ponernos a los pies de Jesús, escuchar y actuar según Sus preciosas lecciones.
El pragmatismo en el Bien, que demostró María, hizo con que lograra la mayor de las realizaciones, saber distinguir lo que era más importante, sin importarse con lo que los demás pudieran decir.
El Presidente Predicador de la Religión de Dios, del Cristo y del Espíritu Santo, José de Paiva Netto, nos explica sobre el valor de esa decisión, al afirmar:
“Quien determina nuestro destino no es la voluntad ajena, ¡sino nuestra decisión en Jesucristo! Por lo tanto, no seamos ansiosos en lo que se refiere al futuro. Es esencial que hagamos nuestra parte, con todo el empeño, como lo aconseja Jesús, al advertir que debemos orar y velar (trabajar)”.
Sabemos que frente a la vida agitada que vivimos no siempre es fácil organizar bien nuestro tiempo y estar atentos para observar la seguridad espiritual que nos proporciona cada elección que hacemos.
Si sumamos a los desafíos impuestos por la pandemia, realmente veremos que todo se acelera cada vez más y el control de las tareas que están bajo nuestra responsabilidad nos parece cada vez más lejano. Sin embargo, no hay razón para desistir y, mucho menos, para desesperarnos.
Jesús no nos exige la perfección, pero nos presenta la reeducación espiritual para que podamos superar las excesivas autoexigencias.
Entre Sus muchas lecciones, vamos a detenernos en cinco para nuestra reflexión:
- La primera de ellas es la Oración. Jesús oró y nos enseñó a orar. En cualquier situación podemos elevar nuestro pensamiento al Cristo y pedir Su infalible amparo. Esto nos dará la serenidad para evaluar las diferentes circunstancias que nos cercan.
- La segunda es pedir ayuda. En diferentes pasajes bíblicos vemos el relato del amparo de Jesús a quienes buscaban ayuda. Él valora nuestra disposición de buscar auxilio frente a las luchas.
- La tercera es recordar que no estamos solos. Siempre podemos contar con Él y encontrar personas a nuestro alrededor que puedan ayudarnos. Jesús, siendo el Maestro de los maestros, contó con el apoyo de Sus discípulos para el trabajo de redención de las Almas. Nosotros también podemos delegar algunas tareas y confiar en la capacidad de realización de otras personas.
- La cuarta es no cultivar la culpa. El sentimiento de culpa nos aprisiona en el remordimiento y en el dolor. No nos ayuda a mejorar. El arrepentimiento, en cambio, nos impulsa a seguir adelante, buscando superar la falta cometida.
Jesús dijo que vino por nosotros, que tenemos errores, vino a llamar “a los pecadores, es decir, a los que se equivocan) al arrepentimiento” (Evangelio, según San Lucas, 5:32). El Educador Celestial no vino a juzgar; sino dar la oportunidad de redimirnos ante nuestras fallas, porque desea nuestra victoria.
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- Y, por último, nos gustaría destacar, no actuar según las expectativas ajenas, sino con la conciencia en Dios. El fundamento de la conducta del Cristo es el Amor de Su Nuevo Mandamiento: “Ámense como Yo los he amado. Solamente así podrán ser reconocidos como mis discípulos” (Evangelio, según San Juan, 13:34 y 35).
Él nos enseñó que por más difícil que sean las circunstancias, por mayor que sea el sufrimiento, solo hay un camino para liberarnos de las convenciones y actuar correctamente, considerando nuestro origen espiritual, que es buscar aplicar Su Amor Solidario Divino como base de nuestras decisiones.
Como nos recuerda el Hermano Paiva, antes de tomar cualquier actitud, debemos preguntarnos: “¿Qué haría Jesús si estuviera en mi lugar?”.
¡Consejos especiales!
Y muchas otras lecciones del Cristo nos ayudan a superar las excesivas autoexigencias y a conquistar la sabiduría espiritual para vivir más felices. Vamos a enumerar algunas materias para que usted siga profundizándose en esta jornada de autoconocimiento y de cómo la Espiritualidad Ecuménica ayuda en la superación de los desafíos diarios:
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