Jesús había acabado de llegar a la ciudad de Capernaum, y un centurión, oficial del Imperio Romano, vino al encuentro del Maestro, suplicando:
“Señor, yo tengo en casa a un siervo que está enfermo, en cama. Él sufre horriblemente”.
Entonces, le responde el Médico Celestial:
“Yo iré y lo sanaré. Quédese tranquilo”.
Pero, el centurión le habló:
“Yo no soy digno de que Usted entre en mi casa; diga una sola palabra, y mi siervo estará sanado, pues también yo, a pesar de estar subordinado a otros que son superiores a mí, le digo a uno de mis soldados: ‘¡Vaya hasta allá!’, y él va; y al otro: ‘¡Venga acá!’, y él viene; y a mi siervo: ‘¡Haga esto!’, y él lo hace”.
Oyendo esas palabras, Jesús se sorprendió mucho y dijo a los que Lo acompañaban:
“¡De cierto, de cierto os digo que ni aun en Israel encontré a una persona con tanta Fe!”.
Y afirmó el Divino Amigo al oficial romano:
“Vaya; y, como usted creyó, que así sea hecho”.
Y en aquella misma hora el siervo del centurión quedó curado.
Comentario del Soldadito de Dios
En ese pasaje del Evangelio, podemos ver la Fe del centurión. Él creyó en el poder de Jesús para curar a su empleado.
El Cristo había hecho muchos milagros, por esta razón, el centurión creía en Él. Pero, más allá de su Fe, el Amor que él sentía por su siervo hizo que Jesús lo curase. El Amor fue muy importante. El oficial romano era humilde, a pesar de su poder, y pidió que llamasen a Jesús, porque confiaba que Él iba a curar [al siervo] de su grave enfermedad.
Esto nos enseña que tenemos que hacer buenas acciones y confiar en Jesús. Para Él nada es imposible.
Ana Victoria Pereira, 10 años.
Montevideo, Uruguay.